El cardenal fue obispo en Perú y es un hombre de talante reformista. Era una de las personas de confianza de Francisco.

Las plegarias de los feligreses reunidos en la catedral de Chicago fueron atendidas a eso del mediodía, hora local. “¡Habemus papam!”, escucharon de las retransmisiones televisivas de las cadenas de noticias que, aunque poco duchas en estas liturgias vaticanas, siguieron en directo el resultado del cónclave en Roma. Y ese papa resultó ser el cardenal Robert Francis Prevost. Nacido en la gran capital del Medio Oeste hace 69 años, escogió el nombre de León XIV para convertirse en el primer estadounidense de la historia que se sienta en la silla de San Pedro.
Prevost, que fue obispo de Chiclayo, en Perú, país al que ha estado vinculado desde hace 40 años en dos periodos distintos que suman dos décadas, se impuso finalmente en unas quinielas en las que fue ganando posiciones en los últimos días. Esas apuestas no daban ni mucho menos por hecho que el escogido provendría de esta parte del mundo. Al final, recibió en la cuarta vuelta el voto de 133 cardenales, que lo eligieron para dirigir una Iglesia con 1.400 millones de fieles, 61,9 millones de los cuales viven en Estados Unidos.

Después de pasar la infancia en la parte meridional de Chicago, una de las zonas más deprimidas de la ciudad, se ordenó como sacerdote en 1982 a los 27 años. Más tarde, se doctoró en derecho canónico en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino en Roma. En Perú, adonde llegó a mediados de los ochenta por primera vez, fue misionero, párroco, profesor y obispo (entre 2015 y 2023). Su desempeño como misionero era algo que su predecesor, Francisco, valoraba especialmente. En el país andino lo recuerdan como un sacerdote siempre dispuesto a visitar las comunidades más pobres.
“Podemos ser una iglesia misionera, una iglesia que tiende puentes, siempre abierta a recibir a todos, como en esta plaza, para acoger a todos con caridad, diálogo y amor”, dijo ante la multitud congregada de la plaza de San Pedro, que estalló entusiasmada cuando unos 20 minutos antes vio la fumata blanca. Prevost también se acordó de los feligreses de su antigua diócesis de Chiclayo. Es de esperar que la insólita mezcla de ambas herencias, la de la Iglesia estadounidense y la latinoamericana, sea una de las claves que distinga su pontificado.

Habla español e italiano, como demostró durante su primera intervención como Papa, en la que renunció al uso del inglés. Hasta la muerte de Francisco, ocupó uno de los cargos más influyentes del Vaticano, donde era conocido como “el yanki latino”: era prefecto desde 2023 del Dicasterio de los Obispos.
Su nombramiento se interpreta como una continuación del talante reformista de su antecesor. Se prevé que siga con algunas de las políticas de Francisco, aunque no comparte su personalidad abierta y extrovertida. Quienes lo conocen bien (y lo llaman Bob, a secas) destacan su afición por el tenis y lo definen como un hombre discreto y reservado, que sintió la llamada del sacerdocio por influencia de su padre, Louis Marius Prevost, de ascendencia francesa e italiana, y catequista. Su madre, Mildred Martínez, era una bibliotecaria de procedencia española.
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ElPAIS.COM